Una exposición muestra el estado actual de antiguos campos de concentración de Franco

Materia:

Castuera

Resumen:

La fotógrafa valenciana Ana Teresa Ortega retrata en la exposición Cartografías silenciadas, que se puede ver en el Palau de la Virreina de Barcelona hasta el 9 de septiembre, enclaves que durante la Guerra Civil española y la posguerra fueron campos de concentración franquistas, entre ellos la Plaza de Toros de Badajoz y la localidad pacense de Castuera. Bajo el título Cartografías silenciadas, se exhiben hasta el próximo 9 de septiembre en el Palau de la Virreina de Barcelona medio centenar de fotografías, complementadas con un audiovisual y reproducciones de documentos y mapas que la artista ha recopilado tras un largo trabajo de investigación por archivos españoles. En una entrevista, Ortega, que es profesora en la Facultad de Bellas Artes de Valencia, recuerda que «conforme iba avanzando el ejército franquista, el número de prisioneros de guerra y detenidos políticos fue cada vez mayor» y abarrotadas las cárceles, «habilitaron para esos presos todo tipo de centros de detención: escuelas, conventos, iglesias, plazas de toros, barracones y otras edificaciones». Estos campos de concentración, añade Ortega, tuvieron como finalidad «la clasificación de los prisioneros para la depuración, la represión y la explotación como esclavos». Tras la Guerra Civil, el régimen creó el Patronato para la Redención de Penas, que obligó a los miles de prisioneros a trabajar como esclavos «a través de colonias penitenciarias militarizadas para la reconstrucción de las denominadas regiones devastadas». En la exposición del Espacio Miserachs de la Virreina se pueden contemplar fotografías de lugares con aparente tranquilidad que sesenta o setenta años atrás acogieron los cerca de doscientos campos de concentración franquistas que la artista ha conseguido identificar. Son los casos del Penal del Dueso (Santoña), Castuera (Badajoz ), Los Palacios (Sevilla), el psiquiátrico de La Cadellada (Oviedo), las plazas de toros de Valladolid, Badajoz , Logroño, Alicante y Pamplona, la cárcel Porlier de Madrid, el Campo de la Bota o el castillo de Montjuïc de Barcelona . En la exposición, la fotógrafa incluye instantáneas de los campos de concentración que albergaron un mayor número de presos, como Aranda de Duero (Burgos), que llegó a tener 4.000 hombres; Albatera (Alicante), que tuvo hasta 18.000 personas; o el tristemente famoso de Miranda de Ebro (Burgos), destinado a los presos de las Brigadas Internacionales y que en 1943 tenía 3.500 prisioneros extranjeros. En sus últimos años, el campo de Miranda de Ebro recibió a presos procedentes del maquis y del bando aliado de la Segunda Guerra Mundial y, según refiere Ortega, «hoy es una fábrica de productos químicos y aún se conservan los restos de uno de los muros, así como las paredes de unos lavaderos». Su interés por los campos de concentración franquistas nació, sobre todo, confiesa, a raíz de la publicación de la primera tesis doctoral sobre el tema, obra de Javier Rodrigo, «y eso me hizo hurgar sobre otros campos de los que él no hablaba». Durante tres años, Ortega se ha movido por todo el territorio y se ha puesto en contacto con historiadores locales, que le han puesto sobre la pista de los espacios físicos en los que estuvieron los campos. Aunque en muchos casos el espectador tiene que hacer un ejercicio de imaginación para saber cómo eran aquellos centros de represión, Ortega no oculta haber sentido escalofríos en algunos campos, de los que quedan todavía vestigios. Castuera, igual «El más evidente es el de Castuera, en el que se conservan las huellas de los barracones, de las calles, de los cañones, de las oficinas, de la alambrada que bordeaba el campo, el pilón donde estaba el mástil con la bandera, los retretes y los lavaderos», apunta. El campo de Bustarviejo, en Somosierra (Madrid), está «exactamente igual», con las garitas de control de los trabajadores, y se ha conservado, señala la autora, porque está escondido. En la actualidad es utilizado como vaquería. Sobre la futura ley de la Memoria Histórica que promueve el Gobierno, Ortega considera que «se queda corta, porque se conforma con declarar ilegítimos los juicios sumarísimos, en lugar de anularlos, que sería de justicia histórica».

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