Castuera
La Frontera sigue siendo una tierra de nómadas. Aún perviven buhoneros, vendedores ambulantes de calzado, flores, fruta o ropa que los martes se trasladan al mercadillo de Plasencia, los miércoles, al de Cáceres y los jueves despachan en Arroyo de la Luz y Castuera. Pero esos son nómadas de media jornada que salen de casa al amanecer y regresan en la sobremesa. Los nómadas extremeños verdaderamente peculiares son los que comienzan estos días su ruta vital y la acaban cuando se asoma el otoño. También hay nómadas de todo el año como los que me encontré hace 15 días, viajando de Encinasola a Oliva de la Frontera. Nada más sortear un puerto, por una carretera solitaria, casi sobrecogedora, me topé tras una curva con tres carros tirados por caballos, con hombres gitanos vestidos de negro en el pescante chasqueando sus látigos, guirnaldas de colores en las maderas, madres y niños asomando por los laterales... ¿Y los tres carros ocupaban los dos carriles de la carretera! Sorteé la caravana de gitanos portugueses arrimándome al arcén como pude y si no tuviera testigos de la escena, ahora creería que fue una aparición. Una llamada secular Pero los nómadas tradicionales de La Frontera son menos esporádicos, se mueven siguiendo una llamada antigua, secular, que, cuando se anuncia mayo, los invita a ponerse en movimiento. Pertenecen a gremios tan definidos como los de trashumantes, turroneros, meloneros, camareros... A pesar de las hamburguesas, las pizzas y los rollitos de primavera, las ferias populares españolas siguen apegadas a alimentos tan tradicionales en la fiesta mayor como el churro, el turrón o, en Galicia, el pulpo. Pero si las pulpeiras son todas de Arcos, una aldea de O Carballiño (Ourense), los turroneros provienen de Castuera (Badajoz). En La Frontera se comenzó a hacer turrón con los árabes. Cuando se fueron, dejaron la receta y la costumbre, que acabó asentándose en dos lugares de España: Jijona y Castuera. En ambos lugares, gran cantidad de casas tenían en el sótano un pequeño obrador de turrón donde elaboraban la dulce mercancía que luego vendían en las ferias. El problema es que en Jijona optaron por reunirse, montar grandes fábricas, apostar por la publicidad televisiva y convertirse en referencia turronera navideña española. A Castuera le quedó la referencia del turrón de feria. Hoy, no hay turrón más exquisito que el de Castuera, con sus almendras enteras y sus mieles cocidas en su punto, pero la fama se la ha llevado Jijona. Eso sí, a la hora de la venta ambulante, Castuera tiene el santo y seña. En el pueblo perviven 150 turroneros ambulantes que comienzan la ruta de las ferias en el abril sevillano y acaban el viaje en octubre, tras la feria de Zafra. Antes iban con carro, ahora van con caravanas modernas, pero siguen siendo nómadas de La Frontera. Al igual que los serranos, que en octubre habían bajado desde Salamanca, León o los valles asturianos con su ganado y retornan en mayo a sus prados de verano. En La Frontera se siguen arrendando decenas de fincas para los rebaños trashumantes y los ganaderos vienen a las dehesas de Brozas o Santa Marta de Magasca en busca de los buenos pastos extremeños de invierno. Hace unos días que en algunos institutos de La Frontera se nota un particular absentismo escolar primaveral: son los hijos de los temporeros de la fresa y de los vendedores ambulantes de la costa, que ya han emigrado con la familia a los campos de Huelva y a las playas de Marbella. Pronto partirán de los pueblos de las Vegas Altas del Guadiana los camareros a Mallorca, después se irán los mieleros, que viajan con sus colmenas de Fuenlabrada de los Montes a los campos de girasoles de Sevilla y, ya en verano, los meloneros de Aceuchal coparán los arcenes estratégicos de las carreteras del veraneo. Llega mayo y los nómadas de La Frontera vuelven a sentir la llamada de la carretera.