Nos llevaron a Cancho Roano cuando se estaba cerrando la vigésima campaña de excavaciones. Nos hicieron entrar por la explanada que, ahora, llega hasta el arroyo – misterioso allí, este Cagancha seco dos kilómetros aguas arriba – para que pudiéramos considerar toda la grandeza del santuario. La lluvia , que al principio sólo parecía niebla, se volvió aguacero y nos hizo entrar en el yacimiento. La furgoneta que, protegida por escayola y en una caja preparada para amortiguar los golpes, transportaba el altar de sección de lingote de cobre , acababa de arrancar camino del Museo Arqueológico de Badajoz. A cubierto , ajenos al mal tiempo, los obreros echaban tierra sobre la plataforma recién aparecida.