La Coronada, María Victoria López Blázquez
María Victoria López es extremeña, pero más de una vez piensa en africano. Es lo que tiene viajar como cooperante a una tierra que no termina de levantar cabeza. Este verano ha visitado Camerún, Ruanda y la República Democrática de El Congo, una experiencia que siempre asociará a la sonrisa con la que fue despedida por un joven pigmeo al que salvó la vida en una operación que no tenía espera. «El final de ese chico hubiera sido morir, porque justo en ese momento no estaba el médico del distrito». -¿Quién era ese chaval? -Se trataba de un chico de veintipocos años que sufría una hernia estrangulada desde hacía dos días. No paraba de vomitar y el médico del distrito se encontraba fuera. Tenía su tiempo contado. -¿Tuvo los medios necesarios para llevar a cabo la operación? -La falta de medios en El Congo y en los países que he visitado es evidente. Allí no se ejerce la medicina como en España: de eso hay que olvidarse. A veces no hay un termómetro para controlar la temperatura, o falta un tensiómetro. Puede ocurrir que en un hospital con 500 camas no se pueda hacer una radiografía de tórax. -¿Siempre es así? -El lugar que está peor es El Congo por la tasa de mortalidad materna y la tasa de mortalidad infantil, que es del ciento y pico por mil. El país acaba de salir de una situación de guerra con más de cuatro millones de muertos y no está todavía en condiciones de afrontar sus propios problemas. Está recibiendo ya mucha ayuda exterior, pero hay que apoyarles técnicamente para que puedan canalizar esa ayuda. -¿Qué aporta Medicus Mundi? -Lo primero que hace la ONG es apoyar la formación de sanitarios allí, porque es fundamental que haya profesionales. También damos apoyo técnico, y rehabilitamos infraestructuras e instalaciones médicas. -¿Cómo se siente en una realidad así alguien que conoce la medicina europea? -Veo que somos unos privilegiados, que tenemos de todo y nos quejamos mucho; que hay muchas cosas que se podrían evitar allí con cosas muy sencillas. Si se potabilizara el agua se podrían evitar las enfermedades, y lo mismo sucedería vacunando a tiempo. -Parece increíble que pueda haber un hospital sin termómetro... -Otras veces se rompe la cadena de frío y las vacunas no funcionan, o no hay medicamentos para todos, y faltan aspirinas, antiinflamatorios, analgésicos... Es lógico que sientas un poco de impotencia. -El problema está claro, pero ¿y la solución? -Las cosas sólo cambiarán el día que aceptemos a los inmigrantes entre nosotros. Europa es una población vieja, que necesita gente joven, y África es un continente joven, lleno de niños. Queramos o no, los inmigrantes van a seguir viniendo, porque no hay ningún gobierno que sea capaz de parar a la gente que tiene hambre. Yo haría lo mismo, arriesgaría el pellejo en una patera. -¿Cómo viven los africanos el fenómeno de la inmigración? -Los inmigrantes, cuando están aquí y trabajan aquí, son una fuente de financiación para sus familias. De hecho, la familia los ve como una bendición del cielo. Yo creo que la riqueza pasa por un entendimiento entre las culturas. No podemos consentir que África no cuente en términos económicos, ni en términos de nada. África vive, y tiene esperanza, y es un continente con futuro. Otra cosa es que nosotros nos traigamos sus riquezas, como he visto en Bucabu, donde había una empresa extranjera que se dedica a la extracción del oro. Ese expolio no le aporta nada a ellos, sólo nos beneficia a nosotros.