La delicia de dormir en un chozo

Materia:

ganadería ovina, chozos, Campanario

Resumen:

Ernesto Gallardo es un campanariense que desde los ocho años desempeñó labores pastoriles, puesto que durante mucho tiempo cuidó las ovejas del Marqués. Esa experiencia le llevó a aprender desde niño a hacer chozos, la típica vivienda que durante generaciones guardaba de las inclemencias meteorológicas a los pastores en las majadas. Ahora, ya jubilado y con 72 años, prefiere no perder el tiempo en los bares o en las típicas "picotas" del pueblo, y por el contrario sigue sacando a relucir su sapiencia pastoril. Por eso, hace cuatro años realizó en su parcela un típico chozo con paja de centeno, que le sirve de complemento a su casita, ya que incluso tiene allí dos camas donde habitualmente descansa. De hecho, como reconoce, «dormir en estas camas cayendo la lluvia sobre la paja es una delicia». Además, esta vivienda que antes era tan típica en las dehesas de La Serena tiene otra ventaja y es que mantiene muy bien la temperatura. Sin embargo, un chozo se le ha hecho poco y ahora para matar el gusanillo ha empezado a hacer otro. Una labor, como reconoce, para la que hay que tener cierta habilidad ya que «si no sabes, te sale como un churro». El trabajo se inicia haciendo un círculo en el suelo, en torno al cual se clavan doce estacas donde se atarán las doce piernas del chozo, y posteriormente se conforman el aro de arriba y el aro de abajo. Con esos elementos, ya se puede empezar a vestir el chozo. Para ello se necesitan en torno a unos 400 manojos de paja de centeno. Aunque ahora Ernesto ha hecho el armazón con hierros moldeables, recuerda que antes se hacía con palos que iban a coger al río, pero que con el tiempo acababan cediendo. En este caso, admite que la mejor madera para estas viviendas era la de los eucaliptos o la del álamo negro, pues eran muy resistentes. Este campanariense reconoce que con ayuda podría tener terminado el chozo en una semana, sin embargo al hacerlo sólo y a ratos tarda más. Un chozo construido bien y con estas características puede durar años y más si encima se pone una capa de juncos, que evita que entre el agua en época de lluvias. De hecho, muchos estaban tan bien construidos que podían ser transportados de una finca a otra, generalmente por doce hombres. Lo cierto es que Ernesto se ha convertido en el último campanariense en saber hacer chozos y eso le entristece: «Es una pena, porque yo tengo hijos que podían venir a verme trabajar y quedarse con la copla, pero esto ya no les interesa y sólo vienen a comerse chuletas». En definitiva, el tiempo ha llevado a Ernesto a convertirse en historia viva de las tradiciones y costumbres más ancestrales de Campanario, un pueblo tradicionalmente ganadero y con una amplia cultura pastoril.

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