La Serena
El otro día me confundí en una rotonda y descubrí la carretera más impresionante de Extremadura. Quería ir de Cañamero a Cabañas del Castillo, pero en una glorieta opté por Navezuelas en lugar de dirigirme hacia Berzocana. La consecuencia fue un paisaje inaudito, espectacular, pero una carretera endiablada de montaña que mareaba hasta al conductor del automóvil. La ruta de Cañamero a Cabañas por Navezuelas discurre por lo alto de las montañas de Las Villuercas. El arcén es un precipicio escarpado que desciende hacia un fondo invisible por la niebla. Se cruzan desfiladeros, la carretera es como una ducha de dos sensaciones donde se alternan el calor de la calzada ancha y asfaltada con la helada estrechez del asfalto antiguo. Holandeses en un prado A medida que avanzas, milanos, águilas, buitres y otras aves sobrevuelan las montañas y lo hacen a tu altura, para que las admires a tu gusto. Como a esa carretera, solitaria y como de finisterre, solo se va por equivocación, es muy difícil encontrarse turistas hasta que de pronto, en una curva, dos coches holandeses aparecen aparcados en un prado mientras sus ocupantes ojean el cielo y las cimas en busca de aves. Descendiendo de las Villuercas hacia el sur, se llega a la Extremadura de los embalses y allí, de nuevo el paraíso escondido y apartado. En el embalse de La Serena hay un complejo de casas rurales por donde puedes pasear en silencio a lo largo de kilómetros de senda. Alguna de las casas está situada en una península, sobre el agua del embalse. En ese lugar viven hasta 250 especies diferentes de pájaros. Es decir, 250 trinos diferentes para despertarse. La Frontera es un paraíso ornitológico mundial que estos días brilla entre plumas de colores, cortejos alados y cantos incesantes. Por sendas inextricables y en parajes perdidos, se ven circular coches de campo con matrículas de Suecia, Gran Bretaña o Alemania y logotipos y leyendas estampadas en sus puertas anunciando que pertenecen a diferentes organizaciones de amantes y estudiosos de los pájaros. Las leyes de La Frontera ya protegen esta avifauna tan particular que se ha convertido en un reclamo turístico tan fuerte como el cuchichí del perdigón para su hembra. Se celebran ferias del turismo ornitológico y ya se editan folletos destinados a estos viajeros de los pájaros. No se ha llegado a los la situación de Renania Westfalia, donde cada nido de milano está señalizado en las carreteras con la prohibición de tocar el claxon para que no se asusten las rapaces. Tampoco hay en ciudades tan pajareras como Cáceres una ruta de las aves como sucede en A Coruña, donde en los hoteles te entregan un folleto sobre el tema. Pero se va haciendo camino. El problema es que en La Frontera los pájaros siempre han existido y no se les da demasiada importancia. Es más, se entiende que están ahí para cazarlos y si no, molestan. No hay en La Frontera una especial cultura ornitológica y de ahí proviene la dificultad que encuentra la Administración para convencer a los agricultores de las bondades de la ornitología. Los campesinos, en general, se ponen de los nervios con las leyes que protegen las aves y despotrican contra esas medidas. Ellos hablan de «esos joíos aguiluchos» a los que se protege más que a sus hijos, sin entender que esa protección se hace, precisamente pensando en sus hijos. Pero, curiosamente, su percepción de la realidad cambia llegado el caso y se refleja en su uso del lenguaje. Así, cuando se les obliga a contratar un seguro para retirar los animales muertos de los campos, se enternecen y protestan porque si se retiran las vacas y las ovejas muertas, «¿qué van a comer los pobres pajaritos?». ¿Que a qué pajaritos se refieren? Pues a los buitres, que de pronto se convierten en aves del paraíso, de un paraíso de los pájaros situado en La Frontera, en Extremadura
