El verano extremeño engancha a los hijos de la diáspora

Materia:

Esparragosa de la Serena, emigración

Resumen:

Los olores y los sabores que destilan los pueblos extremeños en verano siguen siendo el reclamo perfecto para el descanso de esos emigrantes que, un buen día, abandonaron sus raíces en busca de un panorama laboral más esperanzador. La falta de aparcamientos en las calles, el aspecto rebosante de las terrazas de los bares, el acento refinado de algunos cuando hablan. Son características comunes ligadas a estos "turistas" fieles, que ven en el periodo estival su época predilecta para regresar al calor de aquella familia y de los recuerdos que quedaron rezagados, que no olvidados, en cualquier rincón del lugar que les vio nacer. Unos emigrantes que no vienen solos, sino que arrastran a sus hijos que, aunque no nacieron en la comunidad autónoma extremeña, sí han mamado el amor por la tierra de sus progenitores. Es una segunda generación que se agarra a los lazos de sangre de sus padres para tratar de echar raíces en los pueblos extremeños, aunque sólo sea en verano o en otras fechas vacacionales, anteponiendo ese destino a las playas masificadas, a los cruceros por el Mediterráneo o a las fiestas ibicencas. Emulando a los hermanos Muñoz, los "Estopa", que no faltan a su cita veraniega con Zarza Capilla, muchos jóvenes eligen estos pueblos para descansar del estrés diario entre los grandes edificios y a pie de asfalto en la ciudad, sin importarles la merma de servicios que puedan encontrarse aquí. Las redes sociales y las nuevas tecnologías sirven para mantener el contacto con los "amigos del pueblo" y es en esta época cuando recuperan el olor del pan recién sacado del horno de leña o los aromas de la tierra mojada tras una tormenta de verano. En definitiva, son los hijos de la diáspora extremeña, enganchados por el encanto de los pueblos. Don Benito Alberto Jiménez Herradón «Aquí puedes ir andando a cualquier lado» Alberto, de 26 años, vive en el municipio madrileño de Parla. Sin embargo visita dos o tres veces al año Don Benito, ya que su padre nació allí. Cuando llega el verano, tiene claro que la visita al municipio dombenitense no puede faltar en su agenda, aunque deje alguna semana también para ir a la playa. De Don Benito admite que es «muy grande y prácticamente tengo todos los servicios que puedo encontrar donde vivo». De ahí, que apenas note el salto desde la gran urbe madrileña, con más de 122.000 habitantes, a la gran ciudad extremeña, con más de 35.000. No obstante, aquí dispone de comodidades que no tiene en Parla: «Lo mejor es poder ir andando a cualquier lado, dando un paseo tranquilamente. Además, el botellón del fin de semana, que en Parla no está permitido, está bien ya que estás tranquilo con tus amigos». Alberto trabaja en una empresa de informática y en su caso la única pega que ve de Don Benito es que quizás aquí «no encontraría un trabajo como el que tengo actualmente». No obstante, de encontrarlo, admite que no le importaría venirse a vivir al pueblo natal de su padre «ya que tendría todo lo que necesito para vivir». Como reconoce, siempre que puede trata de juntar varios días en los puentes o aprovecha Semana Santa y el verano para hacer una escapada a la ciudad dombenitense, donde sus prioridades son «descansar, salir con los amigos, visitar a la familia y hacer poco de deporte, como tenis o fútbol». Las nuevas tecnologías le mantienen enganchado a sus amigos del pueblo, aunque en este caso es su novia la que trata de no perder el contacto. «Intercambio algún correo, aunque es mi novia la que mantiene más contacto por teléfono con los amigos del pueblo». Esparragosa de la Serena María Villar Villar «En los pueblos todo el mundo se ayuda más» María, de 21 años, vive en otra ciudad dormitorio de Madrid, Leganés, aunque sus padres, sus abuelos, sus primos y toda su ascendencia son de Esparragosa de la Serena, un pequeño municipio pacense de poco más de 1.000 habitantes. Ella es una de esas "turistas" fieles que no falta a la cita con su pueblo en verano, cultivando desde pequeña el amor a Esparragosa: «El venir desde pequeño hace que te sientas parte del pueblo, echas raíces, conoces a gente, haces amigos. Para mí, mi pueblo es el mejor, aunque supongo que todos dirán lo mismo del suyo». Lo cierto es que todos los veranos, María ha tenido la posibilidad de ir al Puerto de Santa María, ya que parte de su familia paterna se fue para Cádiz a vivir, por lo que siempre han tenido esa opción de disfrutar de la playa con alojamiento gratuito. Sin embargo, como recuerda «a mis hermanos y a mí nos tenían que llevar mis padres a la fuerza todos los veranos porque no nos queríamos ir del pueblo». Este verano será diferente para ella, pues está aprovechando los meses de julio y agosto para hacer prácticas en la emisora local de la cadena COPE, ya que estudia Periodismo. Por ello, está viviendo al máximo las ventajas de su pueblo. «En la gran ciudad nadie te conoce. Eres uno más entre mucha gente. Si te pasa algo pueden ayudarte o no. Pero, en el pueblo todos te conocen, te saluda todo el mundo y si no te ponen cara te preguntan de quién eres sin cortarse. Sabes que puedes contar con ellos en cierto modo. Hay más confianza». En este sentido, ve un sentimiento solidario más arraigado aquí: «En los pueblos todo el mundo se ayuda más, entre vecinos, entre la familia. En las ciudades, sin embargo, cada uno se mete en su piso cierra su puerta y se aísla». No obstante, no todo son bondades en el pueblo para María, que se queja de las malas comunicaciones y de la escasez de servicios que, en la capital, no echa en falta. «En general, en el pueblo hay menos posibilidades. Para cualquier cosa tienes que desplazarte a la ciudad más cercana, en mi caso Don Benito, y en ese sentido están peor comunicados. Además, se hace imprescindible un coche para cualquier desplazamiento». Por ello, quizás, le asalten las dudas cuando se le cuestiona por sus posibilidades de venirse a vivir al pueblo. «A mi pueblo no me vendría, pues no me encontraría bien. Estoy acostumbrada a andar en calles abarrotadas de gente, al murmullo, a las facilidades que da el metro en Madrid. Me costaría mucho adaptarme esta vida. El pueblo me gusta pero para un ratito». A pesar de todo, María no reniega de sus raíces: «Eso se siente, se lleva en la sangre. Como digo siempre, soy madrileña como podría ser catalana o del País Vasco, pero mi sangre es extremeña. Si mis padres hubieran dejado de venir, pues claro que no lo sentiría, pero no es el caso y me alegro de ello». Alcollarín Javier Rodríguez Carrasco «Sin playa puedo estar, sin pueblo no» Javier es otro madrileño, visitante incondicional de Extremadura en verano. Hace unos días no faltaba a la cita en las fiestas de su pueblo, Alcollarín. Un pequeño municipio cacereño que no llega a los 300 habitantes, pero que para él sigue guardando el mismo encanto. Lleva viviendo desde hace dos años en Málaga, donde trabaja en un banco. Una ciudad costera que abandona siempre que puede para reencontrarse con la familia, con los amigos y con el estilo de vida del pueblo. «En Alcollarín todo es tranquilidad, no hay agobios y se disfruta muchísimo de la compañía. El reloj no existe y el teléfono móvil casi tampoco, aunque en esto también influye la poca cobertura que hay». Tal es su fidelidad al pueblo donde nacieron sus padres, que si le ponen en la balanza la playa o Alcollarín para pasar el verano, Javier lo tiene claro hacía donde se decanta ésta. «Me gustan las dos cosas, pero pongo delante el pueblo. Sin playa puedo estar, sin pueblo no». De hecho, como recuerda, todos las Navidades, Semana Santas y veranos de su vida (con éste ya van 27) ha ido al pueblo. Cuando era más pequeño venía por más tiempo y se pasaba un mes aproximadamente, y ahora suele venir unos 10 días en verano, en función de las circunstancias laborales. Incluso, admite que, dado el caso, no le importaría recalar en este pueblo cacereño para quedarse a vivir. «No me importaría en absoluto. Si me he ido a trabajar a 600 kilómetros de mi casa, ¿cómo no me voy a ir a la tierra donde vive la mayor parte de mi familia y amigos? Pero, soy consciente que en mi sector es bastante complicado encontrar trabajo en Extremadura». Una tierra que lleva muy dentro y que siempre ha sentido como suya: «Nadie me ha tenido que inculcar mi amor por Extremadura. Me siento tan extremeño como madrileño, pues esta es mi tierra». Villanueva de la Serena Rosa María Hernández Bornay «En Madrid eres un anónimo, aquí no" Rosa María es una estudiante de Psicología, que es de las que añora a su Villanueva de la Serena durante el año que pasa en la capital madrileña donde vive. Su familia materna es originaria de la localidad villanovense, adonde suele acudir en verano para ver a sus seres queridos, en especial a su abuelo. No obstante, durante sus 20 años ha ido conociendo a más amigos en Villanueva y, como reconoce, «las vacaciones son una buena excusa para vernos». Aunque durante el periodo estival también hace alguna escapadilla a la playa, la mayor parte del tiempo lo pasa en Villanueva de la Serena, donde disfruta de la tranquilidad y de la familiaridad de la gente: «Después de estar viviendo durante el curso en una ciudad con mucho movimiento, tiendes a buscar esa tranquilidad que encuentras aquí. Aquí siempre conoces a alguien cuando sales, no como en Madrid donde eres un anónimo». A pesar de todo, Rosa también encuentra carencias aquí, sobre todo a nivel cultural, ya que aquí no puede disfrutar del cine, de los museos o del teatro que si tiene a su disposición en Madrid. Ahora está centrada en sus estudios, y ve «utópica» la posibilidad de recalar en un futuro en Extremadura. De momento, prefiere seguir disfrutando de su verano en Villanueva, donde suele salir con su abuelo, cultiva el "tapeo" y además de ir a la piscina, realiza alguna escapada a las fiestas populares de la zona. También disfruta de sus amigos, con los que durante el año contacta a través de redes sociales como "tuenti "o "facebook", al tiempo que le gusta estar informada de lo que acontece en su ciudad a través de la edición digital de HOY. Higuera de Albalat Eva Jiménez Gómez «Aquí sigo sintiéndome como en casa» El salto que tiene que dar Eva Jiménez Gómez todos los veranos es de casi 850 kilómetros. Los que separan su ciudad de residencia habitual, Hospitalet de Llobregat, del pueblo de su padre situado en el norte de Cáceres, Higuera de Albalat. Muy cerca, además, también se sitúa el de su madre, Romangordo. Dos enclaves extremeños a donde Eva acude para desconectar del trasiego diario de Barcelona, donde trabaja realizando el doctorado. Una ciudad cosmopolita, la catalana, en donde no encuentra lo que le ofrece su pueblo: «Creo que la más importante para mí es la ausencia de estrés y de ruido que tengo aquí. Lo primero que hago cuando llego a mi pueblo es ignorar el reloj. También me encanta el contacto con la naturaleza. No hay que viajar kilómetros para disfrutar de un paseo, una puesta de sol o un cielo estrellado». Y es que para pasar el verano, Eva no necesita destinos grandilocuentes: «Como lugar de veraneo en Higuera de Albalat no encuentro ninguna desventaja, pues tenemos piscina y podemos refrescarnos en estos días tan calurosos. No necesito grandes zonas de ocio o discotecas para disfrutar de mis vacaciones». Otra cosa diferente es elegir a Higuera como lugar de residencia habitual. Algo que ve difícil, ya que aquí no encontraría trabajo en lo que ha estudiado, aunque llegado el momento sopesaría la opción. Eva apura sus vacaciones en Extremadura y está convencida que «las personas cuyas familias proceden de un pueblo pequeño, somos muy afortunadas, porque podemos cambiar de aires sin dejar de sentirnos como en casa».

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