El pastor extremeño cambiará su zurrón por la PDA

Materia:

La Serena, Zalamea de la Serena, pastores

Resumen:

SIGUE sonando el dolondón de las ovejas en los roquedales de Montánchez y los parajes de La Serena. Se escucha esa música tolontonera en la lejanía de los retamales de la Siberia, y detrás de los cerros del Tajo. Se las ve pastar, siempre tranquilas, alrededor de las veredas en la Campiña Sur, y también en Miajadas y la comarca de Trujillo. Sin embargo, ya casi no se escuchan las "risotás" de los pastores extremeños que describía Luis Chamizo en "El Miajón de los Castúos". De los campos de la región han desaparecido los lobos, pero también los pastores, y los que quedan cada vez son más viejos, por lo que cada día se levantan pensando si les llegarán las fuerzas hasta alcanzar la jubilación. Es lo que le ocurre por ejemplo a Lorenzo Giljado, uno de los pocos pastores que sigue cuidando a su rebaño en Zalamea de la Serena. Hijo y nieto de pastor, fue el único de los tres hermanos que se quedó en el pueblo. Los otros dos se fueron al norte para trabajar, por lo que él se tuvo que hacer cargo del rebaño del padre y de todos sus sacrificios. «Qué remedio», recuerda ahora, cuando ya ha pasado el tiempo, y no le queda más que resignarse. «Si hubiera tenido estudios, me habría gustado hacer otra cosa», confiesa. Pero no hubo otra opción. A los 10 años ya estaba fuera de la escuela, y acompañaba a su padre al campo a cuidar las ovejas. Desde entonces no ha hecho otra cosa, día tras día, sin fines de semana ni festivos. El frío pela a las cinco o seis de la mañana, y el rocío cala los piés. Si llueve, se moja. Si hace calor, se asa. Si hace frío, se congela. Y además no tiene más compañía durante todo el día que sus dos fieles perros, pastores como él, Mari y Curro. La dura soledad Y esa soledad silenciosa, ausente por completo del calor y la inteligencia de otro ser humano, es a veces lo peor de su duro trabajo «Estar solo todo el día es mucho. Te aburres, no hablas con nadie... Pero yo ya voy a viejo, y no hay otra», comenta. Su única conexión con el mundo ruidoso y poblado es la radio. Ninguno de sus hijos, que sí tuvieron otras opciones, ha querido quedarse con su rebaño de 600 ovejas. «Ya están las cosas mejor que antes. A mí me hubiera gustado que siguieran, para que heredaran el fruto de mi esfuerzo, pero si no quieren, será mejor así. Este trabajo es muy duro», reconoce. Manolo Borrego, que trabaja como pastor en la finca "La Tijera", cerca de Mérida, es un caso parecido. Hijo y nieto de pastor, ninguno de sus hijos ha querido continuar la tradición, aunque sí tiene familiares que siguen ejerciendo el oficio: un hermano, un cuñado, y tres sobrinos. «Mis hijos están en Vitoria. Ni yo quise que fueran pastores, ni ellos quisieron. Habiendo otro trabajo, es mejor cogerlo», advierte, ya que el suyo es un oficio en el que «se trabaja mucho, y se cobra poco». Manolo tiene ya 55 años, y trabaja cuidando ovejas desde que tenía nueve años. Siendo sólo un niño tuvo que probar la dureza de vivir a la intemperie, soportando noches de lluvia en el interior de un chozo de pasto, en el que «olía a campo y a lumbre». A leer y a escribir aprendió solo, fijándose en cómo los demás leían el periódico. «Leían las letras, y yo me fijaba», comenta orgulloso de su proeza. A pesar de que el suyo es un oficio «muy esclavo», este pastor procedente de Alcuéscar asegura que le gusta lo que hace. «Me encanta cuidar ovejas: ellas y yo nos entendemos. Les hablo y les silbo, y ellas saben por dónde tienen que ir, o les mando el perro y entienden lo que tienen que hacer». En el otro lado de la balanza, lo negativo pesa también pesa mucho: no hay días de fiesta, no hay horarios... «Para hacer esto, te tiene que gustar, y poner mucho interés , porque para esto no vale todo el mundo. Si no entiendes al ganado, no puedes hacer nada», advierte. Plan de rescate Y a pocos les gusta levantarse antes de que salga el sol y volver a casa cuando ya hace mucho que anocheció, o renunciar a las vacaciones estivales porque en verano es cuando paren las ovejas y hay más trabajo. Por eso ya nadie quiere ser ya pastor, y los que cogen este trabajo por necesidad, como algunos emigrantes en verano, lo dejan en cuanto pueden. Y este vacío de profesionales que sepan conducir los rebaños ya está siendo percibido por los ganaderos como un problema más añadido a la crisis del ovino, que ha hecho descender los precios hasta el punto de hacer poco rentable el negocio. El vacío es evidente en los pueblos, en los que ya no hay ningún pastor entre sus vecinos, y también lo conocen en la Consejería de Agricultura y Desarrollo Rural, que se ha puesto manos a la obra para salvar de la extinción a este colectivo profesional, al que consideran un agente medioambiental imprescindible, y una figura clave para garantizar una buena y rentable gestión del sector ovino en la región. Para ello ha diseñado un plan de rescate denominado "Cayado y Zurrón", que fue presentado esta semana en Barcelona, en medio de una gran expectación internacional, durante el Congreso Mundial de la Naturaleza. Lo más llamativo de este proyecto es la reconversión radical de la figura del pastor que conllevará su puesta en marcha. El zurrón y el cayado dejarán de ser elementos imprescindibles de su atuendo, que se completará con el móvil y la PDA, como recalca Ángela León, directora general de Desarrollo e Infraestructura Rurales. Esta tecnología será esencial cuando se cree la Central de Avisos, que informará mediante mensajes a los pastores sobre el estado de los pastos, la situación meteorológica, y la presencia de especies predadoras, por ejemplo, lo que requerirá un análisis previo de los mapas de cobertura móvil en las zonas rurales. Una de las cuestiones claves del proyecto no es sólo preservar el oficio de pastor en Extremadura, sino «cuántos puestos de trabajo más se pueden crear» partiendo de la base de que uno de los objetivos perseguidos es mejorar sus condiciones laborales y dignificar la profesión. «Una de las cosas que vamos a hacer es aprobar el Estatuto del Pastor», anuncia León, lo que garantizará que estos profesionales tengan un horario de trabajo, vacaciones, y descansos semanales como cualquier otro trabajador en España. Así, muchos jóvenes que ahora viven en el mundo rural podrían plantearse si seguir en el campo, con unas condiciones laborales dignas y un entorno de calidad, o marcharse a una ciudad para trabajar en la construcción. «Vamos a hacer también campañas para dignificar la profesión para que todo el mundo perciba que ser pastor es tan digno como trabajar como albañil, con la diferencia de que la calidad de vida será peor en el segundo caso, y a muchos no les merecerá la pena subirse al andamio», explicó. El proyecto, financiado con la colaboración de la Fundación Biodiversidad, incluye numerosas medidas encaminadas a profesionalizar y modernizar el oficio, como cursos de formación, la institucionalización de premios para buenas prácticas de gestión, campañas para mejorar la percepción social de esta figurar, y también la creación de un Centro de Asesoramiento del Pastor, entre cuyas funciones destacará la animación al autoempleo. Haciendo un ejercicio de imaginación, el pastor del futuro será hombre o mujer, recuperando así la figura de pastora que ya existió en el pasado. Tendrá una formación específica sobre su oficio, y dispondrá de conocimientos de gestión agro-ganadera. Cumplirá de una forma objetiva un papel medioambiental, y en vez de cayado y zurrón, «llevará su PDA y posiblemente una bolsa de deportes de marca», bromeó Ángela León.

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