Zalamea de la Serena, Cueva del Valle
Contemplar por primera vez el Cerro del Tesoro rompe con brutalidad la imagen idílica con la que uno ensueña cuando oye hablar de esta construcción fortificada, de finales de la Protohistoria, y función incierta, situado en el corazón de La Serena, a pocos kilómetros de Zalamea. Ni cerro ni tesoro. A primera vista, un simple mortal sólo ve un montículo, rodeado de grandes piedras, con más piedras en el interior. Sin embargo, hasta Pedro Carmona, un pastor de ovejas que ahora tiene más de 80 años, supo darse cuenta hace mucho de que aquel túmulo al que llevaba a jugar a sus hijos era algo «de época antigua». Con la sabiduría del hombre de campo, que conoce perfectamente su territorio, y que es capaz de intuir que algo extraño y de otro tiempo se escondía bajo sus pies, empezó a llamar al lugar el Cerro del Tesoro. Y con ese nombre se quedó, recuerda su hijo Juan, que también ejerce de pastor en la finca del Docenario en la que se enclava el recinto-torre, y que además hace de acompañante ocasional a los arqueólogos e investigadores que estudian el lugar desde hace más de 20 años. Victorino Mayoral, investigador del Instituto de Arqueología, y uno de los visitantes habituales de la zona, reconoce que el lugar no resulta muy vistoso para los no entendidos, pero aclara que el lugar encierra una de las claves principales para entender cómo se vivió en la zona la etapa de transición entre la Protohistoria y el inicio de la conquista de Hispania por los romanos. Época de transición El Cerro del Tesoro se construyó justo en el momento en el que los romanos empezaron a asentarse en Extremadura y a explotar sus recursos naturales en convivencia con los indígenas que habitaban entonces la zona, y que siguieron con sus tradiciones y costumbres hasta que empezó a surtir efecto el proceso de romanización. Para Mayoral y para el resto de los investigadores que participan en este proyecto es todo un reto desentrañar el misterio que se oculta en el interior del Cerro del Tesoro, un recinto fortificado formado por una torre vigía en el punto más elevado, rodeado de dos recintos amurallados concéntricos, construidos con grandes bloques de piedra apenas sin tallar. Este tipo de estructura se conoce con el nombre de recintos-torres, de las que se han localizado 36 ejemplares en La Serena, y son únicas en Extremadura. Tan sólo hay algunos más en la zona del Alentejo (Portugal), destaca Sebastián Celestino, director del proyecto de investigación de Arqueología del Paisaje que desarrolla en La Serena el Instituto de Arqueología, y que es financiado por la Consejería de Economía y Comercio de la Junta. Próxima campaña Pero la verdadera fortuna no está bajo el Cerro del Tesoro, como bien saben los investigadores del Instituto de Arqueología, sino que confían en que se encuentre bajo otro recinto-torre, el Cerro de Bartolo, denominado así en honor de Bartolomé Gil Santa Cruz, propietario de Los Riscos, y mecenas de diversos proyectos de investigación arqueológica que se llevan a cabo en La Serena. Por ejemplo, gracias a su ayuda se pudo excavar Cancho Roano, y ahora también está volcado en la investigación del yacimiento arqueológico de la Serena, destacó Sebastián Celestino. De forma especial, contribuirá a la financiación del estudio de este recinto-torre de Bartolo, debajo del cual se ha encontrado «un túmulo artificial parecido al de Cancho Roano», comentó con entusiasmo el director del proyecto de investigación. Para comprobar qué es exactamente lo que hay debajo del cerro, más de 20 investigadores de varias universidades españolas llegarán a Zalamea en julio, para participar en la que será la primera fase de excavación de este nuevo hallazgo. «Va a ser un yacimiento extraordinario», anuncia Sebastián Celestino. En el Cerro del Tesoro también se ha realizado una pequeña excavación pero, al contrario de lo que ocurre bajo el montículo de Bartolo, en el interior del cerro sólo se ha encontrado un afloramiento de granito que fue aprovechado para situar la construcción fortificada en su nivel superior. Para qué servían Aunque se han barajado diversas interpretaciones respecto a la función y al objetivo que cumplirían estos recintos fortificados en plena ruta del mineral que se extraía de Castuera, los investigadores del Instituto de Arqueología consideran que podría tratarse de construcciones relacionadas con explotaciones agrícolas y ganaderas, aunque algunos estudios realizados por la Universidad de Extremadura señalan que su función fue de carácter militar, por lo menos al principio. «Antes de la conquista romana, los pueblos pre-romanos vivieron una época de gran agitación, con continuos ataques entre ellos. Fue entonces cuando se construyeron los castros, que eran aldeas fortificadas que se construían en los altos, con fines defensivos. Pero después de la conquista del territorio por los romanos, los pueblos indígenas pudieron disfrutar de una época de paz, y algunos grupos se asentaron en los llanos, y más que para defenderse de otros, construyeron los recintos-torre para defender a sus animales del ataque de otros depredadores», explicó el director de la investigación como una de las hipótesis. Lo más impresionante de estas estructuras es el enorme tamaño de sus piedras, cuyo volumen y dimensiones justifican el otro nombre con el que se denomina a estos recintos, las «fortificaciones cíclopeas», señala Mayoral. Su construcción requirió, por tanto, «de un enorme esfuerzo» para mover las piedras, que proceden de los mismos canchales que jalonan el entorno. Sin embargo, su tosquedad y sencillez demuestra que fueron construidos probablemente por los pueblos pre-romanos que convivían, entre el siglo I antes de Cristo y el I después de Cristo, con los primeros romanos en La Serena. Los investigadores recuerdan que mover grandes piedras para construir muros, con tan sólo la ayuda de palancas y mulas, ha sido una técnica constructiva que se usó en Extremadura hasta no hace mucho tiempo.