ferrocarril, Almorchón
El poblado minero de Aldea Moret, en las cercanías de Cáceres, y el poblado ferroviario de Almorchón, en la provincia de Badajoz, nacieron casi a la vez, en 1864 y 1865 respectivamente. Los dos surgieron a partir de la aparición de una actividad industrial en la zona. Por un lado fue una explotación minera, y por el otro una estación de ferrocarril que suponía un nudo de comunicaciones. Son dos ejemplos que representan a una industria, la extremeña, que se quedó a mitad de camino en su desarrollo y que en su momento supuso el inicio de las grandes emigraciones a mediados de los años sesenta y setenta. El esplendor de estos pueblos ha sido sustituido por el olvido. «Silencio total y abandono», define Francisco Naharros, presidente de la asociación de vecinos de La Unión Española de Explosivos, la situación de Aldea Moret. Con 54 años, Francisco lleva toda la vida en el poblado minero. Su padre llegó en 1928 para ocupar un puesto como tornero. Eran años florecientes, con la mina de fosfato a pleno rendimiento, desde donde se abastecía del preciado mineral a toda Europa. El poblado contó con más de 100 viviendas y con una estructura arquitectónica moderna, en forma de ciudad jardín, una de las pocas que existían en España. Un tipo de urbanización de estilo inglés con calles anchas, espacios verdes integrados en las viviendas y un gran parque comunitario. «Antes aquí había de todo, colegio, piscina, cine, campo de fútbol, estafeta de correos... Cosas que no existían ni en Cáceres». Este fue el caso del ferrocarril, que llegó a la ciudad gracias a la industria minera de Aldea Moret en 1880, y cuya estación se empezó a desmantelar en 2003. Esta misma población, que albergó a más de 600 habitantes, ahora apenas conserva unas 13 familias y presenta un importante deterioro de sus antiguas minas así como en las propias viviendas. «El abandono produce el desgaste, es una zona que no se controla, que no se vigila», explica Francisco. Son los propios vecinos los que se han tenido que hacer cargo del mantenimiento tanto de sus propias casas como del resto de las instalaciones: el acerado, el alumbrado o el abastecimiento de agua. Aun así, muchas de las viviendas se han ido cayendo con el paso del tiempo y la dejadez por falta de inquilinos. Entre otros problemas, los vecinos se enfrentan a elevadas facturas de la luz, ya que tienen que pagar la electricidad a precio industrial, como si la producción minera estuviera todavía en activo. Las minas también sufren el abandono, porque sus instalaciones han sufrido el pillaje y el deterioro progresivo. Un patrimonio que ha perdido el lustre de otros tiempos, desde el cierre de la explotación en el año 1974. Se pierden con ella los vestigios de una actividad llena de historia, la de la minería cacereña. Pese a que el conjunto minero fue nombrado Bien de Interés Cultural en 2011, los vecinos apenas han apreciado ningún cambio en la situación del poblado, y tampoco se ha reactivado en absoluto la economía en la zona. «Se ha hablado de diferentes planes de rehabilitación, pero ninguno de ellos se ha llevado a cabo», concluye Francisco. Adiós al tren A dos horas y media en coche de Aldea Moret se encuentra el poblado ferroviario de Almorchón. En sus mejores años fue uno de los nudos de comunicaciones más importantes del sur peninsular, por donde pasaban miles de trenes. «El tránsito era de 22 trenes cada 8 horas», cuenta Salvador Toledo, de 93 años de edad, el último ferroviario que queda en Almorchón. Narra que fue trasladado desde Sevilla a los 17 años, y llegó a Almorchón en el año 1935, «cuando era una estación de primera», recuerda el anciano. Desde la guerra civil hasta los años 60 el pueblo vivió su edad de oro, con una población que superaba los 700 habitantes. Existían comercios, un colegio con 200 niños, teatro, un economato y servicios sanitarios. A partir de los años 70 y con el progresivo desuso de la línea férrea, el pueblo fue perdiendo su población. «Cerraron los talleres de reserva y material móvil, y trasladaron al personal a Madrid, a Villaverde Bajo», explica Salvador. El panorama llega hasta nuestros días. Este antiguo ferroviario cuenta cómo el poblado está cayéndose a pedazos. «No hay planes de rehabilitación, Renfe quiere que se caiga todo». Salvador confía en que algún día su pueblo pueda recuperar la vida que una vez tuvo, «que la juventud regrese, y que pueda disfrutar de la belleza natural de nuestros paisajes», afirma convencido. En Villar del Rey no quieren que les pase lo mismo que a Almorchón o Aldea Moret. Hasta este mismo año, este pueblo situado al noroeste de la provincia de Badajoz contaba con una actividad floreciente alrededor de la explotación de canteras de Pizarra. La empresa de Villar del Rey daba más de 200 puestos de trabajo directos, más los indirectos, que suponían un fuerte motor económico para la zona. La industria lleva asentada en el pueblo más de 50 años, y evolucionó desde los procedimientos manuales más tradicionales a sistemas y maquinaria más modernos. Producía decenas de miles de toneladas de piezas de pizarra al año, que en su gran parte eran destinadas a la exportación a países como Reino Unido, Alemania, Francia y Estados Unidos. Fueron utilizadas para edificios insignes, como es el caso de las tejas de la Universidad de Cambridge en Inglaterra, que procedían de la pizarrera extremeña. A su vez, la floreciente actividad económica atrajo la instalación en el pueblo de otras empresas relacionadas con la construcción, unos años de oro en este sector. Pero hace apenas un año la fábrica cerró sus puertas, dejando en la calle a 87 trabajadores. Uno de los afectados es Florentino Fraile, de 48 años de edad, llevaba 27 años trabajando en la fábrica como cortador de pizarra. Él mismo explica que es una cadena en la que todo el mundo se ve afectado. «Todavía no se ha notado, ya que solo han pasado seis meses, la gente aguantará para ver si aparece un comprador», comenta Fraile. Una solución que supone una cierta incertidumbre, el trabajador explica que en el caso de que no se retome la vida industrial del pueblo no le quedará más remedio que salir fuera. «Tendremos que emigrar como ya hicieron otros en el pasado».