500 años después

Materia:

Patrimonio Histórico-Artístico, Asociación D. Juan de Zúñiga

Resumen:

Las navidades de 2001 fueron muy fructíferas en Extremadura para quienes se dedican a expoliar el patrimonio histórico artístico. De pueblos tan pequeños como Alcollarín o Almorchón, una pedanía, los ladrones consiguieron llevarse escudos nobiliarios de varias toneladas de peso clavados hace cinco siglos en palacios y castillos sin que nadie se diera cuenta. Lo mismo sucedió en Medellín. «Fue a plena luz del día. Los vecinos escucharon golpes, pero pensaron que era de una obra que había al lado», narra el actual alcalde de Alcollarín, Julián Calzas. María del Carmen Rodríguez Pulgar, de la Asociación para la Defensa del Patrimonio de la Serena Juan de Zúñiga, quien informó de la desaparición del escudo del castillo de Almorchón, aún no se explica cómo pudieron llevárselo, «porque aquello es un roquedo, donde es imposible subir con una máquina; seguimos intentando que estas cosas no ocurran», añade. Se trató de una ola de robos que obligó a la Consejería de Cultura y a la Guardia Civil a coordinar actuaciones y anunciar, incluso, una lista de enclaves a vigilar de forma especial, aunque en muchos casos se encuentran en áreas rurales aisladas. El resultado en cuanto a la recuperación de estas piezas es nulo, aunque no se ha vuelto a tener conocimiento de una ola de robos similar, tal vez porque el anuncio de una mayor vigilancia lo ha evitado, o quizás porque sus autores se dieron por satisfechos con el botín. Ni a la Junta de Extremadura ni a la Delegación del Gobierno les gusta hablar del asunto. Cultura se limita a recordar su celo con los detectores de metales y a alabar la actuación de la Guardia Civil, que apunta hacia Portugal como destino más probable de las piezas robadas. En 2002, la Junta se personó en un procedimiento judicial abierto en Andalucía, donde se recuperaron 20.000 piezas arqueológicas de cinco comunidades, entre ellas, Extremadura. El procedimiento, indican, sigue abierto, pero no están los escudos. Otra banda de expoliadores ha caído nuevamente en Andalucía durante esta primavera. Donación Así pues, el Ayuntamiento de Alcollarín ha decidido encargar a los canteros del siglo XXI una réplica de los dos escudos robados del palacio Pizarro-Carvajal, que desde el pasado viernes es de su propiedad. La extensa lista de herederos del palacio, perteneciente a tres familias distintas, se lo han donado al municipio, que ya ha encontrado financiación de la Confederación Hidrográfica del Guadiana para su rehabilitación, «muy costosa» en dinero y tiempo, según anticipa el alcalde. «Hemos hablado con más de 40 herederos y todas han dado su consentimiento. El viernes firmamos las escrituras del 66% de la propiedad y el resto se va a ir cerrando próximamente, porque varios propietarios residen en Zaragoza o Gerona». La arquitecta Aurora Rodríguez se encargará de la redacción del proyecto de rehabilitación, y ya se ha mantenido una reunión con la Dirección General de Patrimonio de la Consejería de Cultura para estudiar su futuro uso. En los años noventa, la Diputación Provincial de Cáceres redactó un proyecto para convertir el palacio Pizarro-Carvajal en casa de cultura, pero no fructificó. «Lo que no queremos es que nos resulte gravoso, porque ya tenemos una deuda de 62 millones de pesetas en el Ayuntamiento», recuerda el alcalde. En su día, se ofrecieron 500.000 pesetas por cualquier pista de los escudos. Desde que en el puente de la Constitución de 2001, un vecino que cuidaba la huerta del destartalado palacio, sin cubierta y con la última planta en mal estado, «aunque las paredes están bien, dentro de lo cabe», señala Julián Calzas, descubriera que los escudos habían desaparecido, su hueco permanece visible en la fachada del palacio. A simple vista puede parecer el vano de una ventana, pero los residentes de Alcollarín saben que no es así. Atribuidos a Diego Pizarro, formaban parte del municipio desde finales del siglo XV o principios del XVI, y de su importancia daba cuenta el Conde de Canilleros, Miguel Muñoz de San Pedro, en su ampulosa obra Extremadura, la tierra donde nacían los dioses. Para no dañarlos, los ladrones pusieron pacas de paja en el suelo y los empujaron desde varios metros de altura. Un portugués había estado semanas antes en el pueblo comprando una piedra de molino por la que pagó 250.000 pesetas. Desde la asociación Juan de Zúñiga, que agrupa a 75 personas, Rodríguez Pulgar pide una mayor concienciación en la protección del patrimonio, de este tipo de piezas y de la arquitectura popular en general. «En la comarca de La Serena estamos haciendo un inventario de todas las piezas y elementos antiguos, pero necesitamos que los ayuntamientos se hagan cargo también, y no siempre sucede», asegura.

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